martes, 30 de noviembre de 2010

CONCLUSIÓN



Todo estudio sobre la Trinidad se ha acercado a reflexiones teológicas únicamente; pero al final de todo camino teológico, sólo resta callar, guardar silencio ante tan abismado misterio de divinidad, que nos invita a tener frente a ella canticos de alabanza, de gratitud, de adoración, de contemplación y  de admiración.
Pero ante toda esta contemplación de alabanza, también nos invita a vivirla, a transparentarla en nuestras vidas, a salir de nuestros egoísmos e individualismos para abrirnos a la relación con nuestro prójimo, ir al encuentro del otro, buscar la comprensión y forjar la comunión ejemplificada en la comunión que existe entre los tres divinos.
La Trinidad se nos revela para que cultivemos esa imagen con la que fuimos formados y sellados, imagen y semejanza de Dios, Uno y Trino. Trinidad que es comunidad de amor que nos habla con fuerza sobre la donación, la comunicación y la comunión.

La Santísima Trinidad, misterio de contemplación y de adoración, antes que de reflexión.

miércoles, 24 de noviembre de 2010

AHORA Y SIEMPRE: LA TRINIDAD ECONÓMICA, PARA NOSOTROS. Cap. 13






¿Qué relación guarda la creación con la Santísima Trinidad?
La virtud creadora del universo, es de toda la Trinidad; los tres divinos participan cada uno en conformidad con su propiedad y su orden. Pero ¿cuál es la respuesta entonces a nuestra pregunta inicial? Dentro de la tradición teológica tenemos dos grandes vertientes.
-       La primera corriente, forma más bien monoteísta que trinitaria, afirma que la creación salió de la libre decisión de la voluntad divina. Dios es Omnipotente y absolutamente libre. Esta corriente presenta la creación como una obra hecha fuera de la comunión trinitaria.
-       La segunda corriente parte del misterio del amor y comunión perijorética entre los divinos tres. La idea de la creación, como desbordamiento de la comunión trinitaria, es eterna y co-eterna con la Trinidad. Eternamente el Padre ama al Hijo; eternamente el Hijo responde con amor al amor recibido; el Espíritu Santo ama desde el principio al Padre y al Hijo, y juntos, todos ellos se unen en un único movimiento de auto-entrega y amor.
La comunión y el amor que circulan entre el Padre, el Hijo y el Espíritu, es una comunión y un amor entre co-iguales y co-eternos. La creación temporal significa la manifestación del amor y de la comunión trinitaria, para aquello que no es Dios, es decir, la criatura; es aquí en donde el amor trinitario se vuelca hacia afuera. La creación es de la Trinidad, viene de la Trinidad, va hacia la Trinidad, refleja a la Trinidad, pero, ella, no es la Trinidad. La creación no fue un capricho de la Trinidad, ella es producto de esa voluntad de los tres divinos, de encontrarse con lo diferente, para poder incluirlo en su comunión eterna.
Las tres divinas personas, en su orden trinitario, participan en el acto único de la creación. El Padre es la causa original, que actúa por la inteligencia (el Hijo y el amor (el Espíritu). La creación no se refiere simplemente al Dios trino sin distinción de personas, sino a cada persona que actúa personalmente con las propiedades de la hipóstasis. Así pues, la creación tiene carácter trinitario. El Padre crea por el Hijo en el Espíritu Santo, es decir que por el Espíritu, la creación es introducida en la comunión trinitaria. Él está siempre activo en toda la creación, ha sido derramado sobre toda carne (He. 2:17), especialmente en nuestra interioridad; toda ella da voces diciendo de donde proviene.
Los rasgos trinitarios no son perceptibles únicamente en el cosmos, sino también en la criatura, en aquel ser que está hecho a imagen y semejanza de la divina Trinidad, y así como la Trinidad es todo un misterio, podríamos decir que el ser humano por más que se auto-comunique, por más que desvele así mismo o con y para el otro, es todo un misterio, un mundo de interrogantes. Cuando la persona vive la intimidad del misterio, esta presencia trinitaria significa una verdadera inhabitación de los tres divinos en el corazón del justo. Cuanto más justamente viva el justo, más deja transparentar el misterio de la vida (Padre), más brilla en él la verdad (Hijo), más amor irradia (Espíritu Santo).
La persona es esencialmente social y un ser en comunión. Vivir humanamente es siempre convivir, en el ejercicio de la co-humanidad es donde cada uno llega a personalizarse verdaderamente. El libro de Génesis nos da testimonio  de que la humanidad está hecha a imagen y semejanza de Dios, por lo tanto, el ser humano se hace imagen de la trinidad  en la medida en que realiza la comunión y establece de donación y de acogida.
Como vemos, tanto la vida humana como el total de la creación, quedan inmersos en la comunión trinitaria; de todas las formas, el misterio de la Trinidad se hace presente y palpable dentro de la creación y de la historia.

COMO ERA EN EL PRINCIPIO: LA TRINIDAD INMANENTE, EN SÌ MISMA. Cap. 12

Al género humano le resulta muy difícil representar la eternidad de Dios, ya que su experiencia de vida, está enmarcada dentro de un tiempo y un espacio. Para la comprensión humana es bastante complejo entender que, antes de que existiera el universo, antes de que existiera la más mínima partícula de vida en el cosmos, antes de que existiera el más mínimo indicio de inteligencia, antes de que existiese el tiempo mismo, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, ya existían. Dios existe desde siempre, él es, la eternidad misma.
¿Qué conocemos de esta Trinidad? Lo que conocemos es únicamente lo que ella misma nos ha dado a conocer bien sea a través de palabras o de acciones. Especialmente por la obra del Hijo en su encarnación y la del Espíritu en su pneumatificación.
Desde el comienzo de los tiempos la Trinidad se ha manifestado tal cual es. Al Hijo tomar la realidad humana de Jesús de Nazaret, está auto-entregándose total y completamente, es Dios mismo encarnándose en el hombre Jesús y plantando su tienda entre nosotros, esto significa que existe el Hijo del Padre en sí mismo inmanentemente.
De igual forma sucede con el Espíritu Santo, es él quien nos transforma, quien nos guía a través del Hijo al Padre, para hacernos hijos e hijas en el Hijo, es él quien nos confirma que Jesús es el Hijo liberador. Se presenta al mundo en su misión de encarnación, lo que quiere decir que el Espíritu Santo es Dios con el Padre y el Hijo. Como Dios trino se nos revela tal como es, la Trinidad inmanente guarda una correlación con la Trinidad económica.
Lo que conocemos de la Trinidad en nuestra historia es efectivamente Dios tal como él es en sí mismo, Trinidad. Pero la Trinidad como misterio absoluto es mucho más de lo que se nos manifiesta. La auto-entrega se da dentro de los límites espacio-temporales de la humanidad, lo que quiere decir que el misterio de la Trinidad se escapa de toda percepción que de la misma pueda tener el género humano. La auto-comunicación del Hijo y del Espíritu Santo significa la presencia de lo eterno en el tiempo, de lo infinito en lo infinito, de lo divino  en lo humano.
Considerando la historia de la salvación y la forma como entraron en el mundo el Hijo y el Espíritu Santo hemos de reconocer que privilegiaron la oscuridad y la kénosis. Lo que vemos, no es el deslumbramiento de la gloria, sino la sencillez y la humildad en todo su explendor. En su condescendencia el Hijo y el Espíritu santo han asumido las condiciones humanas sometidas al pecado; liberaron y redimieron desde dentro, la vida y el cosmos; el Emanuel en su acción liberadora.
La pasión y muerte de Jesús, demostraron su gran amor y misericordia; condescendiendo hasta el llamado de auxilio del desprotegido. Amor que se entrega en sacrificio incondicional, en ofrecimiento de perdón. La actitud de indiferencia y crueldad de las gentes, no opacan ni cambian ese amor.
El Espíritu Santo es por excelencia la vida y la comunicación de esa vida en la comunión y unión. Es él quien reviste de fuerza, fortaleza, coraje, esperanza a todos aquellos condenados a morir antes de tiempo. Es él quien se hace fuerte en medio de la debilidad, es la luz al final de sendero. Solo cuando la creación en su totalidad sea liberada, la Trinidad se revelará de forma comprensible a la criatura, hecha a imagen y semejanza de la Trinidad. Entonces la manifestación en forma de siervo, pasará a la manifestación en forma de Dios.
Hasta este momento todo estudio sobre la Trinidad se ha acercado a reflexiones teológicas únicamente; pero al final de todo camino teológico, solo resta callar, guardar silencio ante tan abismado misterio de divinidad, que nos invita a tener frente a ella canticos de alabanza, de gratitud, de adoración, de contemplación, de admiración, de felicidad eterna. Esta felicidad es la propia Trinidad, mostrándose como trinidad de personas distintas en la unidad de una misma comunión, de un solo amor y de una única vida, comunicada, recibida y devuelta.

lunes, 8 de noviembre de 2010

GLORIA AL HIJO, MEDIADOR DE LA LIBERACIÓN INTEGRAL Cap. 10

El Hijo nace del Padre, por eso es Dios como el Padre, pero distinto de él como Hijo; el Hijo no es el Padre, aunque provenga del Padre. El Hijo no es un segundo Dios, sino que es el único Dios por la comunión en la misma y única naturaleza. El Padre y el Hijo no se suman en la divinidad, sino que por mutua exigencia son el único Dios.
De este Hijo se profesa que se encarnó y padeció. Veamos cómo el Hijo encarnado, Jesús de Nazaret, se mostró como Hijo ¿Cómo vivió Jesús humanamente su relación filial con el Padre? ¿Cómo al vivirla, nos reveló que también nosotros somos hijos e hijas en el Hijo?
1- Cómo Jesús se presentó como Hijo
Jesús no se presenta como Mesías liberador ni como el Hijo eterno, su interés era obrar como quien está investido de la fuerza liberadora y como quien asume la libertad propia del que habla en nombre de Dios y se entiende como venido de parte de Dios.
Conocemos la profunda intimidad conque Jesús se abría al Padre, le llama Abba y sólo aquel que se siente hijo, puede llamarlo de esta manera; sin embargo, nunca confesó ser el Hijo de Dios, fueron aquellos que en su obrar vieron al “Hijo de Dios”, que lo confesaron; los demonios (Mc. 3:11), la confesión celestial en el bautismo y en la transfiguración (Mc. 1:11; 9:7), la confesión de Pedro (Mt. 16:16) son testimonios de que Jesús, era el Hijo encarnado. Aunque Jesús nunca usó la expresión “Hijo de Dios”, si uso la de “Hijo”, Mt. 11:27 dice: “Todas las cosas me fueron entregadas por mi Padre;  y nadie conoce al Hijo,  sino el Padre,  ni al Padre conoce alguno,  sino el Hijo,  y aquel a quien el Hijo lo quiera revelar.” Esta cita en especial nos deja ver la autoconciencia de Jesús.
No es tanto una doctrina sobre el Padre, ni una reflexión sobre el Hijo lo que Jesús nos comunica; pero si una práctica, un comportarse filialmente, y es en esta acción en donde aparece concretamente el Hijo.
2- Cómo Jesús se comportó filialmente
Jesús se comporta como Hijo en la oración, los evangelios nos dan claros testimonios de los muchos momentos en los que Jesús se retiraba a solas para estar en intimidad con su Padre. Aunque no conocemos el contenido de estas oraciones, si tenemos unas pocas que nos dejan ver como Jesús invoca cariñosamente a su Padre como “mi querido Papá”, se siente parte de él. De este Padre se siente Hijo y enviado al mundo. Asume la causa del Padre, que es el reino. Reino no de territorio sino de una forma de actuación de Dios liberador. El actuar de Dios comienza por lo últimos, por los desprotegidos, por los olvidados, devolviéndoles la dignidad, actuando en justicia y en amor para con ellos.
Es el Hijo en su obediencia, no de sometimiento sino de adhesión libre a la voluntad del Padre. Libertad que le llevó a comer, a sentarse, a tocar a convivir con los pecadores para darles vida, esperanza, libertad. Jesús se hace el gran liberador de la condición humana y en esta libertad hace a mujeres y hombres sus hijos, los cuales ya no son esclavos de la opresión. Pablo entendió esto muy bien cuando escribió: “Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor,  sino que habéis recibido el espíritu de adopción,  por el cual clamamos:  ¡Abba,  Padre!” (Rm. 8:15). Al llamar a  Dios Abba nos damos cuenta de que ya no somos esclavos, sino hijos e hijas libres. Jesús muestra su obediencia y fidelidad a su Padre en su camino a la muerte, muerte de cruz. Su resurrección revela la gloria del Padre, pero de igual manera la gloria del Hijo; cuando estuvo entre nosotros apareció bajo la figura de siervo, de profeta, de maestro; ahora por la resurrección y la exaltación, explota la gloria del Hijo eterno, lleno de gracia y de bondad “Y aquel Verbo fue hecho carne,  y habitó entre nosotros  (y vimos su gloria,  gloria como del unigénito del Padre),  lleno de gracia y de verdad” (Jn. 1 14).
El Hijo no tiene una relación únicamente con el Padre, con él se encuentra también el Espíritu Santo. El Espíritu es la fuerza del Hijo, están juntos desde el principio, los dos son enviados por el Padre. El Hijo es el que encarna, y el Espíritu es el que crea la humanidad asumida por el Hijo. Es siempre por la fuerza del Espíritu como Jesús actúa, revela al Padre, transforma la realidad deformada.
3- La dimensión femenina del Hijo Jesús
Lo femenino expresa la dimensión de ternura, de cuidado de autoaceptación, de misericordia, de sensibilidad ante el misterio de la vida y de Dios. Los evangelios nos presentan a Jesús como un ser libre e integrado, al verlo dentro del marco cultural de su tiempo (excluyente), lo vemos como liberador. En el movimiento que inaugura, cuenta con la presencia de hombres y mujeres, en ningún momento excluyente o discrimina, por el contrario, con muchos de sus comportamientos escandaliza no sólo a quienes buscaban ocasión para matarle, sino también a sus discípulos. Jesús no reprimió, no se quedo insensible al dolor o sufrimiento del otro. Se llena de profunda compasión ante el abandonado, ante el excluido, ante el duro de corazón. Esta dimensión femenina pertenece a la humanidad de Jesús asumida hipostáticamente por el Hijo eterno. Lo femenino hunde así sus raíces en el mismo misterio de Dios. Aunque Jesús fue varón y no mujer, lo femenino que hay en él está igualmente divinizado, revelando el rostro materno de Dios.
4- El Hijo unigénito que está en el seno del Padre.
El Axioma trinitario “La Trinidad económica es la Trinidad inmanente, y viceversa” vale para la compresión del Hijo en su expresión inmanente en el seno de la Trinidad. La analogía con la generación humana nos permite percibir que el Hijo tiene la misma naturaleza que el Padre. El Hijo lo recibe todo del Padre la naturaleza-comunión, la eternidad, la gloria y la infinitud. No se deriva de él por un acto de voluntad, sino de la totalidad de la naturaleza del Padre.  El Hijo no es resultado de un proceso causal. La relación de reciprocidad Padre-Hijo está envuelta en el misterio, es hipercausal.
El Hijo es la revelación total y exhaustiva del Padre, esta revelación del Padre por el Hijo eterno queda bien expresada por la analogía que encontramos en el prologo de Juan. El Hijo es el Logos o Verbo del Padre. La palabra en su sentido pleno es más que un instrumento de comunicación, representa toda la estructura de sentido de la realidad y del Espíritu; es la misma realidad en cuanto manifestada así misma y a los otros, la revelación del ser al pensamiento y en el hablar y la unidad entre el pensamiento, la palabra y el ser. Aplicado al Hijo como palabra del Padre, significa que por el Hijo el Padre se expresa tan substancialmente que esta imagen tiene la misma naturaleza viva que él mismo. La expresión es la palabra que comunica la verdad y la inteligibilidad completa del Padre. Esta palabra nace del Padre, pero es distinta de él. El misterio invisible que es el Padre, se hace visible en la palabra.
5- La economía del Hijo: la verificación del universo
El Hijo es revelación del Padre también en la creación, él ha sido enviado por el Padre al mundo, lo que nos permite hablar de la misión del Hijo, pero en un concepto distinto del que hablan las Escrituras al referirse a los profetas o sabios que hablaron en nombre de Dios. La misión trinitariamente hablando es la autocomunicación de Dios a la criatura, es decir la encarnación  del Hijo. El hombre Jesús de Nazaret es asumido por el Hijo de tal manera que su humanidad pasa a ser la humanidad del Hijo.
Pero, ¿Cuál es el sentido último de la encarnación? Contario a lo que muchos piensan, esta no se dio por causa del pecado de los hombres; el Hijo se abría encarnado independientemente del pecado, ya que todo ha sido hecho por él, en él y para él, en virtud del mismo amor intrínseco de la Trinidad, que se desborda hacia afuera y crea compañeros en el amor para la gloria del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. La encarnación no significa una solución de emergencia ideada por el padre para reconducir a la creación de su desvió al reino de la glorificación; demuestra el designio eterno de la Trinidad de asociar a su comunión a todos los seres por la mediación del Hijo en la fuerza propulsora del Espíritu Santo.
El Hijo eterno actuaba dentro de la creación desde su primer momento creacional, haciendo que los seres expresasen su carácter filial Este Hijo actuó de forma suprema cuando se apropió de la humanidad de Jesús de Nazaret, a la que se autocomunicó totalmente. La estructura filial que empapaba toda la creación asumió una forma concretísima y suprema en Jesús de Nazaret, ya que desde toda la eternidad Jesús fue pensado y querido para ser el soporte de la venida plena del Hijo a su creación; es el misterio de la encarnación.

GLORIA AL PADRE, GLORIA AL HIJO Y GLORIA AL ESPÍRITU SANTO Cap. 8

Doxología, (doxa, palabra griega que significa gloria) experiencias de las realidades divinas expresada en alabanzas, acciones de gracias, actitudes de respeto y de acogida alegre de los hechos que Dios llevó a cabo a favor de los hombres y mujeres.
Antes de que surgieran la discusión de los teólogos y las tomas de posición del magisterio, estuvo la oración de los fieles, las celebraciones litúrgicas y la vivencia cotidiana, tranquila y no refleja de la presencia del Padre por el Hijo en la unión con el Espíritu Santo, en medio de la humanidad, en el seno de la iglesia y en el corazón de los fieles.
1- La Trinidad como evangelio para los hombres y las mujeres, especialmente para los pobres:
La Trinidad tiene que ver con la vida de cada persona, con su hacer cotidiano en el esfuerzo de dirigir la existencia en la conciencia recta, en el amor y la alegría, en el sufrimiento de la pasión del mundo y de las tragedias existenciales; tiene que ver con la lucha por denunciar las injusticias sociales y por construir una convivencia más humana y fraternal, con todos los sacrificios y martirios que supone este empeño.
Si no conseguimos incluir a la Trinidad en este camino personal y social, no mostraremos el misterio salvífico, ni evangelizaremos adecuadamente. Si los oprimidos que creen concientizan el hecho de que sus luchas por la vida y la libertad son también las luchas del Padre, del Hijo y del Espíritu por producir el reino de la gloria y de la vida eterna, entonces tendrán más motivos para luchar y resistir.
Si la Trinidad es evangelio, entonces lo es especialmente para los oprimidos y para los condenados a la soledad.
2- Reverencia ante el misterio:
La doxología es una actitud de adoración, de agradecimiento y de respeto ante el misterio trinitario.
La Santísima Trinidad es un misterio estricto ya que escapa a la comprensión de la razón el que tres personas distintas puedan estar de tal forma unas en las otras que constituyan un único Dios. Este concepto de misterio difícilmente provoca una actitud de veneración, provoca más bien una actitud de angustia y estrangulamiento en la mente; sin embargo cuando tenemos un poco más de claridad sobre el misterio (gracias al trabajo de los teólogos investigadores) podemos entender que provoca reverencia. No es un misterio ante el que nos quedemos mudos, sino ante el que nos alegramos, cantamos y damos gracias. No es un muro que se levante frente a nosotros, sino una puerta que se nos abre hacia el infinito de Dios. El misterio de la Trinidad nos rodea por todos lados, mora dentro de nosotros y nos invita a  integrarnos en la comunión eterna de las divinas personas.
Ante el misterio de Dios cave el respeto y la veneración, pero más aun, la fe; creer es mucho más que aceptar. La fe nos sitúa en aquella posición a partir de la cual tiene sentido hablar del misterio de la comunión del Padre, del Hijo y del espíritu Santo, que son un único Dios.
El misterio es más que la verdad revelada; misterio es Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo entrando en la creación, pasando por sus negatividades, rescatándola de la rebelión del pecado, e integrándola en su comunión eterna.
3- ¡Hemos visto su gloria!
Cuando el misterio se revela, manifiesta la gloria del Dios trino; pero ¿Qué significa aquí gloria? Gloria consiste en la manifestación del Dios trino tal como es; implica más que la mera revelación de la existencia de la Trinidad; es mostrar su presencia.
La gloria de la Trinidad aparece en la admiración de las personas, los “queridos de Dios” (Rom. 1:7), los amados del Señor (2 Tes. 2:13). La respuesta a esta gloria comunicada, no puede ser otra más que dar gloria, devolver amor, cantar alabanzas al misterio. Cuando los cristianos cantan el “Gloria”, se sitúan en esta actitud responsorial. Agradecen a la Trinidad su revelación y comunicación; dan gracias al Padre que nos envío a su Hijo para liberarnos y al Espíritu como amor derramado en nuestros corazones.
4- Motivos para la glorificación:
La Trinidad económica es la puerta hacia la Trinidad inmanente. Dios se revela tal como es en sí mismo. Todo este misterio es significativo en sí mismo, basta contemplarlo para llenarnos de alegría y éxtasis espiritual. Dios es glorificado por él mismo, ya que la gloria de la diversidad de personas y de la unidad de comunión se presenta tan fascinante que no cabe otra actitud más que la de exclamación, de cantico, de alabanza, de adoración y de acción de gracias.