lunes, 8 de noviembre de 2010

GLORIA AL HIJO, MEDIADOR DE LA LIBERACIÓN INTEGRAL Cap. 10

El Hijo nace del Padre, por eso es Dios como el Padre, pero distinto de él como Hijo; el Hijo no es el Padre, aunque provenga del Padre. El Hijo no es un segundo Dios, sino que es el único Dios por la comunión en la misma y única naturaleza. El Padre y el Hijo no se suman en la divinidad, sino que por mutua exigencia son el único Dios.
De este Hijo se profesa que se encarnó y padeció. Veamos cómo el Hijo encarnado, Jesús de Nazaret, se mostró como Hijo ¿Cómo vivió Jesús humanamente su relación filial con el Padre? ¿Cómo al vivirla, nos reveló que también nosotros somos hijos e hijas en el Hijo?
1- Cómo Jesús se presentó como Hijo
Jesús no se presenta como Mesías liberador ni como el Hijo eterno, su interés era obrar como quien está investido de la fuerza liberadora y como quien asume la libertad propia del que habla en nombre de Dios y se entiende como venido de parte de Dios.
Conocemos la profunda intimidad conque Jesús se abría al Padre, le llama Abba y sólo aquel que se siente hijo, puede llamarlo de esta manera; sin embargo, nunca confesó ser el Hijo de Dios, fueron aquellos que en su obrar vieron al “Hijo de Dios”, que lo confesaron; los demonios (Mc. 3:11), la confesión celestial en el bautismo y en la transfiguración (Mc. 1:11; 9:7), la confesión de Pedro (Mt. 16:16) son testimonios de que Jesús, era el Hijo encarnado. Aunque Jesús nunca usó la expresión “Hijo de Dios”, si uso la de “Hijo”, Mt. 11:27 dice: “Todas las cosas me fueron entregadas por mi Padre;  y nadie conoce al Hijo,  sino el Padre,  ni al Padre conoce alguno,  sino el Hijo,  y aquel a quien el Hijo lo quiera revelar.” Esta cita en especial nos deja ver la autoconciencia de Jesús.
No es tanto una doctrina sobre el Padre, ni una reflexión sobre el Hijo lo que Jesús nos comunica; pero si una práctica, un comportarse filialmente, y es en esta acción en donde aparece concretamente el Hijo.
2- Cómo Jesús se comportó filialmente
Jesús se comporta como Hijo en la oración, los evangelios nos dan claros testimonios de los muchos momentos en los que Jesús se retiraba a solas para estar en intimidad con su Padre. Aunque no conocemos el contenido de estas oraciones, si tenemos unas pocas que nos dejan ver como Jesús invoca cariñosamente a su Padre como “mi querido Papá”, se siente parte de él. De este Padre se siente Hijo y enviado al mundo. Asume la causa del Padre, que es el reino. Reino no de territorio sino de una forma de actuación de Dios liberador. El actuar de Dios comienza por lo últimos, por los desprotegidos, por los olvidados, devolviéndoles la dignidad, actuando en justicia y en amor para con ellos.
Es el Hijo en su obediencia, no de sometimiento sino de adhesión libre a la voluntad del Padre. Libertad que le llevó a comer, a sentarse, a tocar a convivir con los pecadores para darles vida, esperanza, libertad. Jesús se hace el gran liberador de la condición humana y en esta libertad hace a mujeres y hombres sus hijos, los cuales ya no son esclavos de la opresión. Pablo entendió esto muy bien cuando escribió: “Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor,  sino que habéis recibido el espíritu de adopción,  por el cual clamamos:  ¡Abba,  Padre!” (Rm. 8:15). Al llamar a  Dios Abba nos damos cuenta de que ya no somos esclavos, sino hijos e hijas libres. Jesús muestra su obediencia y fidelidad a su Padre en su camino a la muerte, muerte de cruz. Su resurrección revela la gloria del Padre, pero de igual manera la gloria del Hijo; cuando estuvo entre nosotros apareció bajo la figura de siervo, de profeta, de maestro; ahora por la resurrección y la exaltación, explota la gloria del Hijo eterno, lleno de gracia y de bondad “Y aquel Verbo fue hecho carne,  y habitó entre nosotros  (y vimos su gloria,  gloria como del unigénito del Padre),  lleno de gracia y de verdad” (Jn. 1 14).
El Hijo no tiene una relación únicamente con el Padre, con él se encuentra también el Espíritu Santo. El Espíritu es la fuerza del Hijo, están juntos desde el principio, los dos son enviados por el Padre. El Hijo es el que encarna, y el Espíritu es el que crea la humanidad asumida por el Hijo. Es siempre por la fuerza del Espíritu como Jesús actúa, revela al Padre, transforma la realidad deformada.
3- La dimensión femenina del Hijo Jesús
Lo femenino expresa la dimensión de ternura, de cuidado de autoaceptación, de misericordia, de sensibilidad ante el misterio de la vida y de Dios. Los evangelios nos presentan a Jesús como un ser libre e integrado, al verlo dentro del marco cultural de su tiempo (excluyente), lo vemos como liberador. En el movimiento que inaugura, cuenta con la presencia de hombres y mujeres, en ningún momento excluyente o discrimina, por el contrario, con muchos de sus comportamientos escandaliza no sólo a quienes buscaban ocasión para matarle, sino también a sus discípulos. Jesús no reprimió, no se quedo insensible al dolor o sufrimiento del otro. Se llena de profunda compasión ante el abandonado, ante el excluido, ante el duro de corazón. Esta dimensión femenina pertenece a la humanidad de Jesús asumida hipostáticamente por el Hijo eterno. Lo femenino hunde así sus raíces en el mismo misterio de Dios. Aunque Jesús fue varón y no mujer, lo femenino que hay en él está igualmente divinizado, revelando el rostro materno de Dios.
4- El Hijo unigénito que está en el seno del Padre.
El Axioma trinitario “La Trinidad económica es la Trinidad inmanente, y viceversa” vale para la compresión del Hijo en su expresión inmanente en el seno de la Trinidad. La analogía con la generación humana nos permite percibir que el Hijo tiene la misma naturaleza que el Padre. El Hijo lo recibe todo del Padre la naturaleza-comunión, la eternidad, la gloria y la infinitud. No se deriva de él por un acto de voluntad, sino de la totalidad de la naturaleza del Padre.  El Hijo no es resultado de un proceso causal. La relación de reciprocidad Padre-Hijo está envuelta en el misterio, es hipercausal.
El Hijo es la revelación total y exhaustiva del Padre, esta revelación del Padre por el Hijo eterno queda bien expresada por la analogía que encontramos en el prologo de Juan. El Hijo es el Logos o Verbo del Padre. La palabra en su sentido pleno es más que un instrumento de comunicación, representa toda la estructura de sentido de la realidad y del Espíritu; es la misma realidad en cuanto manifestada así misma y a los otros, la revelación del ser al pensamiento y en el hablar y la unidad entre el pensamiento, la palabra y el ser. Aplicado al Hijo como palabra del Padre, significa que por el Hijo el Padre se expresa tan substancialmente que esta imagen tiene la misma naturaleza viva que él mismo. La expresión es la palabra que comunica la verdad y la inteligibilidad completa del Padre. Esta palabra nace del Padre, pero es distinta de él. El misterio invisible que es el Padre, se hace visible en la palabra.
5- La economía del Hijo: la verificación del universo
El Hijo es revelación del Padre también en la creación, él ha sido enviado por el Padre al mundo, lo que nos permite hablar de la misión del Hijo, pero en un concepto distinto del que hablan las Escrituras al referirse a los profetas o sabios que hablaron en nombre de Dios. La misión trinitariamente hablando es la autocomunicación de Dios a la criatura, es decir la encarnación  del Hijo. El hombre Jesús de Nazaret es asumido por el Hijo de tal manera que su humanidad pasa a ser la humanidad del Hijo.
Pero, ¿Cuál es el sentido último de la encarnación? Contario a lo que muchos piensan, esta no se dio por causa del pecado de los hombres; el Hijo se abría encarnado independientemente del pecado, ya que todo ha sido hecho por él, en él y para él, en virtud del mismo amor intrínseco de la Trinidad, que se desborda hacia afuera y crea compañeros en el amor para la gloria del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. La encarnación no significa una solución de emergencia ideada por el padre para reconducir a la creación de su desvió al reino de la glorificación; demuestra el designio eterno de la Trinidad de asociar a su comunión a todos los seres por la mediación del Hijo en la fuerza propulsora del Espíritu Santo.
El Hijo eterno actuaba dentro de la creación desde su primer momento creacional, haciendo que los seres expresasen su carácter filial Este Hijo actuó de forma suprema cuando se apropió de la humanidad de Jesús de Nazaret, a la que se autocomunicó totalmente. La estructura filial que empapaba toda la creación asumió una forma concretísima y suprema en Jesús de Nazaret, ya que desde toda la eternidad Jesús fue pensado y querido para ser el soporte de la venida plena del Hijo a su creación; es el misterio de la encarnación.

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